En el peligro está la confianza
No, no leíste mal. Lo dije al revés a propósito. Esa es la esencia de una duradera relación sadomasoquista: en el peligro está la confianza.
Las rutinas sexuales de las parejas tradicionales son difíciles de sortear. Al menos para una gran mayoría de las personas. En el caso de los hombres gay, no creo que valga la pena encararnos a la sociedad, solo para reproducir el ideal clásico del amor romántico (lo cual casi siempre es solo eso, un ideal), llena de lugares comunes y aburrimiento.
El sexo entre hombres casi siempre despliega una energía singular. Es como una rivalidad del que se sabe semejante y por eso espera y exige más. Por supuesto que en eso influye la educación patriarcal y machista, a la cual no podemos escapar solo por ser gay.
El hombre tiene que ser fuerte y enérgico, o en contraposición, aguantar como un macho. Eso nos complementa de un modo fascinante y suele desembocar, cuando hay sinceridad, en una relación sexual exigente, brusca o que desea la brusquedad. De lo contrario, pues sería preferible la ternura femenina ¿o no?
Claro, todo esto son estereotipos a fin de cuentas. Hay ternura en una relación de dominación y sumisión, como hay energía en la cópula heterosexual clásica o en su imitación entre personas del mismo género.
Pero el disfrute que supone la cesión de tu voluntad a la de otra persona; más el entrenamiento para gozar del dolor y llevar al límite las capacidades del cuerpo, incluso de los órganos sexuales (casi todo en la anatomía humana es aprovechable sexualmente), otorga a los vínculos sadomasoquistas una intensidad de la cual casi nunca es posible volver atrás.
Por supuesto, se trata de un peligro bajo control, que se admite desde la confianza, pero que ofrece amplios márgenes para la creatividad, con combinaciones casi diríamos que infinitas.
Esto hace más difícil el hartazgo y la abulia que puede suele llegar a provocar el sexo reiterativo de una pareja tradicional, aunque tampoco es imposible caer en los clichés y la monotonía si el amo no se esmera lo suficiente o el sumiso no se entrega con la debida obediencia.
Sobre esos secretos seguiremos desmenuzando posibles claves en próximas entregas aquí, Desde mi mazmorra.