Sorpresa y placer
La regularidad, las rutinas, las repeticiones tienen gran valor en las relaciones BDSM, tal y como explicamos en la entrega anterior. Pero esto no es suficiente para consolidar un vínculo placentero que se extienda en el tiempo. Hace falto algo más: la sorpresa.
Porque hasta la más sólida de las parejas en una relación de dominación y sumisión —e incluso en cualquier pareja— puede caer en el aburrimiento, lo obvio, la monotonía.
Solo con ligeras variaciones de los castigos y las acciones con que el amo ejerce su poderío es posible hallar nuevas cotas de satisfacción para un esclavo agradecido y pendiente de complacer sus deseos.
El cambio puede ser en el momento en que se nos quiebra la voluntad o se nos humilla; en el lugar donde se aplica el correctivo, en la intensidad del dolor que se nos provoca, en presencia de quien o de quienes se nos somete, en el juguete sexual que se usa, o dónde se usa; en la técnica de subyugación escogida o en la práctica extrema que se emplea.
No saber cuándo va ocurrir o no esperar esa orden que nos paraliza y hace temblar de la excitación tiene un efecto hipnótico sobre cada persona sometida.
Quítate la ropa ahora, camina desnudo, de rodillas ya, trae enseguida este o aquel instrumento para golpearte, vete adentro y espérame como te ordeno siempre, sin replicar.
Son imposiciones en apariencias arbitrarias que cuando llegan de pronto, en el momento que no las esperamos, nos transportan y hacen asumir nuestra verdadera condición de servidumbre.
Esa combinación entre lo inesperado y lo reiterativo, el capricho y el orden en nuestra obligación de servir a quienes nos poseen, hacen las delicias de cualquier persona sumisa, y también de su dueño, que puede así ejercitar toda su autoridad y gratificarse sexualmente con nuestra respuesta obediente.
El goce es directamente proporcional a lo inesperado del acto disciplinario, y también a la intensidad y exactitud en su repetición como ejercicio de autoridad suprema.
Esa es la belleza total de la entrega, que nos mantiene en vilo, mientras tratamos de adivinar cuándo llegará esa bofetada que no vimos venir, o esa orden abusiva que pone a prueba nuestros límites y nos hace vibrar del gusto de entregarnos al capricho del amo, en una combinación perfecta entre la sorpresa y el placer.