La corrida... del límite
Las relaciones de dominación y sumisión son ciclos en la vida de las personas, que como casi todo lo humano, nacen, crecen, se desarrollan y un día, terminan. Un buen amo raramente uno lo pesca a la primera vez. Como un buen esclavo no devela todos sus secretos en el primer encuentro.
Eso tiene que ver, como ya hemos dicho, con la confianza. Esa es la clave de cualquier vínculo de pareja o relación sexual, pero más todavía cuando nos entregamos a los caprichos sádicos de otra persona, o descubren en uno el placer masoquista que llevamos dentro.
Por supuesto que hay excepciones. A veces desde la primera vez nos damos cuenta de que hay conexión, energía, y que estamos ante el señor o la señora de nuestro cuerpo, e igual supongo que lo sienta quien nos somete a su voluntad.
Pero incluso en esos casos es muy poco frecuente comenzar al tope de las posibilidades en los primeros encuentros. Además, como sumiso uno siente y disfruta la progresión de la caída en la red ajena, la pérdida gradual de nuestra voluntad en las manos de la otra persona.
Además, hay que saber entrenar las capacidades sadomasoquistas. Casi todas las personas sumisas tenemos habilidades sensoriales y flexibilidades genitales o en diferentes partes del cuerpo que practicamos desde adolescentes o muy jóvenes, y que mantenemos en forma incluso en nuestra adultez.
Hablo de la dilatación de determinadas zonas erógenas, de la resistencia al dolor en ciertos puntos muy precisos, del fortalecimiento de partes del cuerpo que soportan más o menos el castigo ajeno y lo traducen en placer sexual.
Esos límites nadie puede conocerlos mejor que el esclavo o sumiso, ni nadie logra mejor que uno irlos corriendo en el tiempo, a veces en juegos sexuales solitarios o con la ayuda de una persona dominante que nos entrene y de paso satisfaga a ambos.
Constituyen además destrezas que es preciso ejercitar periódicamente para que se mantengan, porque en la mayoría de los casos se pierde la práctica si se abandonan por periodos prolongados, y hay que reiniciar otra vez la preparación, como en el deporte. Vencer o superar metas o cotas superiores de entrega al otro, conseguir manipulaciones de nuestro cuerpo cada vez más extremas y placenteras, sin que nos dañe físicamente, son parte de ese nexo maravilloso que cimienta un vínculo duradero, estable y feliz entre amo y servidor, que nos permite —en cada oportunidad que tengamos juntos— gozar al máximo de esa corrida… del límite.